Se cuenta lo siguiente de un viejo anacoreta o ermitaño, es decir, una de
esas personas que por amor a Dios se refugian en la soledad del desierto, del
bosque o de las montañas para solamente dedicarse a la oración y a la
penitencia. Se quejaba muchas veces que tenía demasiado quehacer. La gente
preguntó cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto trabajo.
Les contestó:
Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a
dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y someter a un león.
No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives. ¿Dónde están todos
estos animales?
Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron.
Porque estos animales los tienen todos los hombres, ustedes también.
Los dos halcones se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo. Tengo que domarlos para que sólo se lanzan sobre una presa buena, son mis ojos.
Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan. Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir, son mis dos manos.
Lo más difícil es vigilar la serpiente, aunque se encuentra encerrada en
una jaula de 32 varillas. Siempre está lista por morder y envenenar a los que
la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño, es mi
lengua.
El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar
cansado y no quiere llevar su carga de cada día, es mi cuerpo.
Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey, quiere ser siempre el
primero, es vanidoso y orgulloso, es mi corazón, mi ego
Como ves… tengo mucho trabajo por hacer. Y tú, ¿en qué trabajas?».
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